Impaciencia

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Luego de una eternidad, el viento de medianoche pasa a ser el de las tres de la mañana, de las siete de la mañana. Los árboles se impacientan, estirando sus brazos hacia el océano como intentando cruzarlo, y los pájaros han cambiado el idioma de sus melodías y sus pensamientos; se comunican entre ellos, pero también entre especies, con las plantas, con las bicicletas aparcadas, con los rayos de luna y de sol. Es el viento de las tres y las siete de la mañana, que nos permite escucharlos a pesar de la distancia…

Será que la vida, en efecto, está para hacer locuras. Si no, ¿qué gracia tiene? Si no, qué haríamos con tanto tiempo vacío en las manos…